7 de septiembre de 2009

El calendario

Al levantarse por la mañana siempre cumplía con un ritual metódico, día tras día, sin excepción. Se incorporaba en la cama, tomaba las gafas que cuidadosamente había dejado en el escritorio al acostarse y se las ponía. Giraba la silla y se sentaba en ella aún con el pijama puesto. Tomaba un bolígrafo y tachaba el día que correspondía en su calendario, cada día que marcaba era un paso más hacia su meta, un peldaño menos que subir en su larga escarlera que escondía en lo más alto un sentimiento único que le costaba expresar con palabras. No todo el mundo podía disfrutar como ella iba a hacerlo.

31 de diciembre, había llegado ese día tan esperado, se levantó, lo marcó con una raya oblícua y sintío un emocionante escalofrío. Por fín. Había esperado mucho tiempo para llegar al día de hoy, para recibir su premio con los brazos abiertos. Cuidadosamente dobló el calendario que ya tenía tachados todos sus días y lo tiró a la papelera. Cogió una pequeña caja que guardaba en un cajón y de su interior sacó un precioso calendario nuevo... tanta espera había merecido la pena, el nuevo calendario estaba por fín preparado... mañana lo estrenaría... por fín.

Tos a cucharadas


Aquel ataque de tos estuvo a punto de costarle la vida. Cuando se recuperó se juró que nunca más volvería a comerse el Cola-Cao a cucharadas.

Al pobre imbécil lo encontraron días después muerto en el suelo de su cocina, tenía una cuchara sopera en la
mano. El bote abierto de Cola-Cao descansaba en la encimera... otra muesca más a su revolver de polvo de chocolate.