12 de noviembre de 2010

Recuerdos

La fecha en la que escribí esta historia ronda los primeros meses de 2004.

Abro los ojos, no veo, un punzante dolor me atraviesa la cabeza, estoy tendido en el suelo, intento enfocar la vista para averiguar donde estoy, no puedo, cualquier esfuerzo hace palpitar un incesante dolor en la parte posterior de mi cabeza. Con esfuerzo logro palpar la parte dolorida, está húmedo, puede ser sangre; alargo los dedos mojados hasta los labios y compruebo el sabor peculiar que emana de una herida.

Vuelvo a abrir los ojos, una espesa niebla tiene oculto todo lo que hay a mi alrededor. Me incorporo pesadamente, un punzón doloroso y caliente parece atravesar mi nuca, tardo unos instantes en tomar aliento. Veo un poco mejor, a pesar de la borrosa y confusa información que llega a mis ojos, alcanzo a discernir que estoy en una habitación de paredes blancas. Muchos cuadros adornan las paredes, aunque no puedo ver que es lo que hay en ellos. Hay muebles, de madera posiblemente, un par de sillas, una mesa, estanterías que parecen repletas de libros...

Intento recordar mi nombre, no lo se. Sólo soy capaz de enlazar confusos retazos de pensamientos y recuerdos. Fuerzo mi mermado sentido de la vista para recorrer la estancia, tras de mí hay una gran mesa, y mas atrás un ventanal, no puedo ver que hay tras él, es noche cerrada, o al menos no hay luz mas allá de la enorme cristalera.

El sentido común me habla desde el fondo de mi conciencia, desde luego no estoy retenido, nadie hubiera dejado un preso en una habitación con tan fácil salida. Ninguna ligadura me impediría huir.

Intento averiguar algo más, busco en el bolsillo de la chaqueta que llevo puesta, encuentro una cartera, hay muchos papeles, documentación y abundante dinero. No veo bien, soy incapaz de leer lo que pone en las tarjetas y papeles que tengo en las manos. Guardo de nuevo la cartera en la chaqueta. Es azul oscuro, muy elegante, un traje, todo parece muy caro, llevo corbata, zapatos y cinturón de piel, un pesado reloj dorado adorna mi muñeca, también tengo un anillo, posiblemente una alianza.

Fuerzo una vez mas la maquinaria cerebral buscando unas respuestas que no llegan. Confusas imágenes inundan mi cabeza. Hay dolor, muerte, desesperación, guerra, muerte, muerte, demasiada muerte... Cierro los ojos intentando alejar de mi pensamiento tan nefastas ideas. Veo miseria, veo familias llorar enterrando a sus seres queridos, veo cientos de personas que abandonan sus casas, veo niños huérfanos, desconsolados, enfermos y heridos, aviones que bombardean ciudades y acaban con millones de vidas. Mis ojos se empapan, rios de lágrimas corren por mi rostro al tiempo que los recuerdos me traen esas tormentosas imágenes de caos y desolación.

Un estridente pitido aleja de mi cabeza los recuerdos y me devuelve a la realidad, me incorporo pesadamente y me dirijo a la mesa donde un botón rojo parpadea al tiempo que el pitido suena en el altavoz del interfono. Pulso el botón y contesto:
- ¿Sí?
- Señor presidente, la prensa espera para el discurso a las Naciones Unidas.
- Enseguida salgo, dígale a mi asistente que entramos en cinco minutos.
Suelto el botón. Me siento en mi lujosa silla del despacho oval. Acaricio la bandera repleta de barras y estrellas. Sé quien soy, se lo que hago, y llorando, también recuerdo que es lo que hice.

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